13/10/2012

POEMAS GANADORES

PRIMER PUESTO

HIJOS DE LA TIERRA

Hermano Kogui,
hermano Arhuaco,
hermano Wiwa,
hermano Kankuamo,
tu voz desciende de las montañas
como la niebla silenciosa
entonando la voz de la sabiduría.

Tañes los hilos de hojarasca
que bajan de la techumbre boscosa
cual nieve sobre el páramo.

Eres el ave que anida en la floresta,
eres su canto que susurra la alborada,
eres el ritmo, la tónica del arroyo,
eres un sabio que entiendes la Tierra.

¡Cuán equivocados los Blancos muy negros!
Devoran nuestra Madre como un recurso
pero tú la amas y respetas como una diosa.

Desde el exilio,
tu voz es la sonda del viento calmo,
tu alma, la antorcha del silente ocaso,
y tu cuerpo, la corteza milenaria del sabio.

Yo soy un ciego… soy tu hermano,
que desde la fría ciudad del hombre Blanco,
no siento la tierra
pero observo la montaña.

Hermano Kogui,
hermano Arhuaco,
hermano Wiwa,
hermano Kankuamo,

¡Enséñame el valor de la vida!
¡Enséñame la esencia del planeta!
¡Enséñame a ser un hijo de la Tierra!

Autor: Álvaro Iván Ortegón González (Cali)

 

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SEGUNDO PUESTO

ENCUENTRO DE ORBES

Adiós desde el mar, Bolívar y Colón.
Atardeceres despiden quien procede del oriente,
Perdido entre tu ciudad perdida,
Perdió quien te fundó.
Valentía del Tayrona, plausible actuar
¡Oh maldición de Malinche! a Colombia anclaste
En la nieve de la sierra hay puntos colorados

Los “dioses” de metal, con fuego en las manos
Mancharon de sangre, lo que era verde y blanco.
Se nos quedó el maleficio de brindar al extranjero nuestra fe,
nuestra cultura, nuestro pan nuestro dinero,
Pero si llega cansado un INDIO de andar la Sierra lo humillamos y lo vemos como extraño por su tierra
¡Oh maldición de Malinche!, entre el frío y el calor visitas.
Koguis, Arhuacos, Wiwas y Kankuamo
Aborigen, del cordón umbilical del pasado y presente.
Vástagos de los Tayronas.
Valerosos en el encuentro de dos orbes, octubre doce,- 1492.
Veneración, a los caídos, respeto a los vividos.
¡Oh Indígena fiel a tus costumbres!
Lloras cuando tu retoño llega al mundo
Saber de buena tinta, lo sufrido de la vida, cuando te maltratan y discriminan
Haces fiesta en su despedida
El descanso merecido, de la lucha continua.
Se despide la hermana luna
Energía del oriente brilla,
Te admiro, indio de mi tierra,
Etnia, etnia dueña del pasado, forjadora del presente
Lágrimas corren por mejillas en honor a tus valientes
Con esa luz del oriente, iluminas tu andar, aunque se despida desde el mar
Doce horas, el turno de la hermana luna
En el día y la noche, el indígena anda la Sierra
Guerreando y valorándola a ella, -esa su madre tierra,
En el encuentro de dos orbes, la violada y maltratada
En pie un Tayrona, en defensa de su alma, el presente consecuente
Koguis, Arhuacos, Wiwas y Kankuamo,
Indígenas de la Sierra Nevada, son ustedes nuestros hermanos.

Por:
Carlos Alberto  Morales Iturriago (estudiante de Derecho-unimagdalena)

 

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TERCER LUGAR

TUS OJOS EN EL ALTAR

Allá donde las montañas besan al cielo nacen las almas de aquellos indígenas, entre la vida y el universo cuidan y aman su Sierra Nevada, aquella que nos da el respiro, un tierno abrazo de brisa, y una pequeña mirada.
Allá donde aquel altar blanco como sus ropajes que cubren su piel, es su único hogar, es donde descansa la vida, donde habita la eternidad, es el corazón de la naturaleza, y es la voz silenciosa de las esperanzas.

Mientras tanto el cielo alumbrando con sus estrellas hay un indígena despierto, velando por el corazón de aquella Sierra, protegiendo sus pieles verdes, y su más hermoso altar.

Allí permanecen silenciosos cada día entre el frío y el calor cultivando aquel amor tan grande por sus tierras de antaño, aquellas que ve nacer sus almas y que les devuelve la vida con su más esplendorosa naturaleza.

Noble Indígena en tu cara veo los ojos de la vida, en tus brazos veo el esfuerzo de cada día, y en tu pies veo el camino de aquella Sierra Nevada, aquel camino que nunca dejas de acariciar con tus manos.

Y Amor es lo que tú llevas, querido indígena, debajo de tu piel acariciada por el sol, amor es lo que incansablemente entregas a tu tierra.

Humilde Indígena déjame sentir tus manos un segundo y así poder acariciar aquel camino que conduce al corazón de la vida, aquel altar blanco con faldas verdes que desde lo lejos voy contemplando cada amanecer y atardecer.

AUTOR: Romina Castillo Beltran (Chille- Estudiante de Intercambio)

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